Las músicas populares, sean modernas, del siglo XIX o anteriores a Jesucristo, han tenido una función meramente ‘popular’ como su propio nombre indica. Son músicas para tararear mientras te duchas, mientras trabajas, mientras paseas. Son canciones de ‘acompañamiento’ para pasar el rato sin grandes complicaciones. O incluso son temas en los que el eje principal es el mensaje de las letras que está en consonancia con el pensamiento político o social del momento. Son ritmos pensados para que se te muevan los pies sin casi poderlo evitar o que te impulsan a bailar. Melodías, ritmos o arreglos que, casi inevitablemente, se te pegan como un chicle al zapato en los días calurosos.
No necesariamente tienen que cumplir todas estas reglas descritas, pueden cumplir solo alguna de ellas. Pero son creaciones sin grandes pretensiones de trascendencia o de cumplir funciones educativas o de crecimiento intelectual sino, más bien, de entretenimiento. Son músicas que entrarían más en el capítulo de ‘ocio’ que en el de ‘cultura’.
Por otro lado estarían las denominadas como músicas cultas (término ofensivo por comparación porque dejan a las ‘otras’ como ‘incultas’), ya sean modernas, antiguas o antiquísimas, que no nacieron con la intención para que fueran tarareadas ni en la ducha, ni mientras recoges las papas en el campo, ni mientras friegas la loza. No fueron pensadas para que las siguieras dando palmas o cantando a gritos durante los conciertos, impidiendo que tu vecino pueda escuchar al cantante por el que pagó la entrada, aunque tampoco parezca importarle. Son obras de una cierta envergadura compositiva que requieren algo más que rasguear una guitarra. Son músicas que, normalmente, necesitan una cierta preparación previa, un cultivo, una cultura adquirida para disfrutarla en su total dimensión. Y son, en definitiva, músicas que entran en el capítulo de ‘cultura’ pero que en el de ‘ocio’ solo puede entrar con calzador y con mucha saliva, aunque una persona culta se divierta más escuchándolas que una ‘chachatú’ bailando un reggaetón.
Pero para terminarlo de complicar todo, resulta que algunas de las músicas populares, con el paso del tiempo, fueron complicándose, madurando, creciendo, evolucionando, o el término que mejor te parezca, hasta convertirse en cultas. Es lo que ha pasado, por ejemplo, con el Jazz, que habiendo nacido como canto popular que cualquier negro americano podía tararear se ha desarrollado en complejidad armónica, melódica, rítmica y tímbrica hasta tal extremo que para tocar Jazz contemporáneo tienes que ser un fiera y haberle dedicado muchos años de estudio.
Lo mismo está pasando con el flamenco en el que nada tienen que ver ya las sevillanas que cualquiera puede canturrear con las bulerías que terminó haciendo Paco de Lucía.
Un apunte
David Bustamente ha podido bajarse de un andamio para convertirse en un cantante popular de éxito en meses. Así de fácil.
Eso mismo no le hubiera ocurrido si hubiera intentado convertirse en un pianista de post jazz, o un trompetista de hiper-fussion, o en un violinista de barroco, o un clarinetista de música serialista.
Conclusión
Así que, y para finalizar, hay músicas para cada momento. Y como muy bien afirma el compositor Ernesto Mateo; «hay que saber qué pedirle a cada obra musical, sin exigirle más (o menos) de lo que puede dar».
Tan rídículo es pretender intentar ‘cantar’ emocionado a gritos el Pierrot Lunaire en un concierto mientras pegas brincos…
…como pretender quedarte absolutamente inmóvil, como una estatua, escuchando el Sex Machine de James Brown.
¡Si no te has movido con este tema, ‘tas muelto brother‘!
Y para que quede claro: nada de esto tiene que ver con la capacidad de emoción, transmitir o con la calidad. Porque tanto en música popular como en música culta hay obras buenas, malas, frías, calientes, emocionantes, aburridas y con cualquier adjetivo.
Yo creo que al final siempre es lo mismo, lo que a uno le vale.
Otra cosa es pretender venderlo. En cuanto intentas vender «tu verdad» ahi ya cambia la cosa porque depende de la perspectiva y otros factores.
La comercial es eso, ir a por la pasta irrelevantemente de la calidad. Y como existe una mayoría de personas incultas que votan a cualquier partido, compran cualquier cosa y en definitiva son conducidos por los modernos pastorcillos de nuestro tiempo, no siendo de extrañar que al final uno se convenza de que no hay que subestimar la rentabilidad de la mayoría estupida. Y así muchos saltan al carro bandolero, de a ver a cuantos se la cuelo. Están ahi por la pasta, no por la cultura, los sentimientos o las emociones trascendentales.
Que no quiere decir que no se pueda vivir o hacer de negocio de lo otro, dos magníficos ejemplos son la excelente digitalización y presencia en redes sociales de la Deutsche Grammophon. Y por ampliar un poco más el abanico del espectro de genero, el que continuó en cierta manera el legado de William Ackerman, Manfred Eicher con su ECM Records.
Anouar Brahem أنور براهم es por ejemplo el perfecto ejemplo de una copia de Nightnoise, pero sustituyendo el folklore celta, por el árabe, con el laúd. Una maravilla como no.
Es como cuando a uno le preguntan ¿Y a ti qué tipo de musica te gusta escuchar?
Como si siempre escuchases lo mismo, cual disco rayado…
Como si no tuviéramos ya suficiente lío como para explicar el género de nuestro artista que es tan asquerosamente magnífico que carece de género alguno, porque el cabrón logró un 3×1 digno de la alquimia.
¿Que qué escucho?
Pues segun mi estado anímico. Así se debería de categorizar la música y no por géneros.
Un magnífico ejemplo es Nightnoise de la Windham Hill Records, los pobres desgraciados tenían que aguantar con un letrero enorme detrás de ellos en cada escenario que tocaban que leía, «NEW AGE» en letras bien grandes para que quedase bien claro. Y ellos por supuesto tenían que dar explicaciones antes de los conciertos al público para que no se equivoquen.
En efecto, no era «new age» (ni siquiera se que tipo de música es oficialmente ese género), era música de cámara con arreglos de jazz y melodías folklóricas celtas. Inclasificable y como era de esperar, mágico.
Otra etiqueta que nunca comprendí fue la de Temura, el discazo por antonomasia de Javier Paxariño, clasificado como Rock-Progresivo, escucha uno el disco y no puede hacer otra cosa que descojonarse ante tal etiqueta.
En el jazz, el blues, el flamenco y muchas otras músicas (excepto en la música comercial/popular), por ejemplo, no se trata de la nota que tocas, si no de cuando la tocas. Y eso es mucho más difícil de enseñar y comprender.
Conclusión: Depende del oyente.
El que quiera culturizarse, el que busca X tipo de emociones/sensaciones irá a por la académica, que aun así yo incluiría a muchos grandes artistas que nunca han sido académicos al 100% como los autodidactas o los que sin necesidad de complejas y elaboradas composiciones, aun así logran transmitir óptimamente emociones y sensaciones que logran la catarsis que tanto busca el oyente cuando elige que musica segun su estado anímico (no género). Música que engrandece el alma, que tiene una utilidad, que es como una pintura en los oídos.
Muy bueno y perfectamente expresado en muy poco espacio. No le falta nada aunque se podría añadir mucho.