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Después de una mañana muy intensa en el homenaje a Lothar Siemens que Promuscan le dedicó en el Museo Canario, esa misma noche se producía el concierto de la Orquesta del Atlántico que dirige y gestiona la polifacética emprendedora cultural y maestra, Isabel Costes.

Redondeando el día, el concierto de la Orquesta del Atlántico, en versión de cámara, tenía un alto interés para mí porque significaría poder escuchar lo que vendría a ser la última voluntad de Lothar. Me explicaré.

La tarde anterior a que Lothar tuviera que ser ingresado de urgencia para el fatal desenlace, se producía una reunión en casa de Siemens con la directora Isabel Costes. El motivo no era otro que, precisamente, el concierto de anoche en el patio del antiguo Hospital San Martín en Vegueta, convertido ahora en espacio museístico y de conciertos. Isabel quería interpretar algunas de las obras de su interlocutor, arreglándolas ella personalmente para orquesta de cuerda.

Lothar fue a su archivo y sacó todas sus canciones para elegir las más apropiadas, que no fueron otras que tres canciones del Ciclo ‘Canciones de agua y viento’. Concretamente ‘Blanco’, ‘Que nadie venga’ y ‘Aquel beso’. Tres obras que me evocan al amor en su estado más puro y espléndido, a la sensibilidad ponderada y a la ternura fecunda.

El compositor solo puso una condición, ya que confiaba plenamente en la capacidad de Isabel como arreglista y directora y los profesionales que componen su orquesta, que las canciones las interpretara Judith Pezoa.

Con estos antecedentes, logré escaparme de un compromiso familiar y acercarme a hurtadillas a este patio canario en el que, con ansiedad, buscaba volver a reencontrarme con el maestro y su mensaje.

El inicio del concierto no se hizo esperar. La Orquesta del Atlántico, en una formación camerística de dos primeros, dos segundos, dos violas, dos cellos y un contrabajo, defendidos por lo más granado de nuestros instrumentistas de las Islas, dirigida por una de las batutas más sólidas del momento junto con una solista de laurel, no podían defraudar. Pero si añadimos la composición de Lothar, que por la mañana pude apreciar en su formato original para piano y voz, y que ahora podía disfrutar en una magistral versión para cuerda y voz, el resultado solo podía ser magnífico. Y así fue. Rozando lo sobrenatural. Amor, sensibilidad, ternura. De nuevo.

Solo hubo un problema… ¡Que se me hizo corto! Yo hubiera deseado más. Mucho más. Y aunque después de una muy calurosa y amplia ovación por parte del repleto patio nos esperaba Asturias, Cádiz y Sevilla, de la Suite Española del gran Isaac Albéniz, que fue abordado con igual maestría, yo necesitaba recrearme más en la interválica, en las armonías, en el sentimiento de mi muy querido primo lejano. Quería volver a encontrarme con Lothar en el corazón de Vegueta.

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