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Vuelve a ocurrir en Canarias por enésima vez. Lleno total, entradas agotadas, artista de prestigio, concierto mediocre.

¿Y cómo reacciona el público local? ¿Abucheando como cuando a principios del siglo pasado vino Enrico Caruso y dio un mediocre concierto, demostrando la sociedad canaria que no es un público de segunda y que aquí hay que venir a dar el ‘do de pecho’ como en cualquier otro gran escenario mundial?

No. Como explica Ernesto Mateo en su fantástica y comedida crítica, se premió con una ovación.

Es el propio autor el que se pregunta si hubiera reaccionado igual el público si el artista no se hubiera llamado Michael Nyman.

Esta experiencia la venimos viviendo desde que la democracia y la autonomía llegaron a las Islas y volvimos a tomar cierta relevancia en las agendas de los grandes representantes e intermediarios de rutilantes artistas, grupos y orquestas. Y lo hemos visto decenas de veces en las distintas ediciones del Festival de Música de Canarias. Los conciertos más ‘esperados’ y caros tienen tendencia a ser un fiasco y, por el contrario, aquellos que no se llenaban y eran más modestos solían ser auténticas maravillas.

Hablo de tendencia y no de norma. Evidentemente. Pero esta forma de reaccionar, de forma repetida, por parte de los públicos canarios solo puede generar que en los mentideros internacionales se nos termine apreciando como «un público poco exigente y generoso pagador», porque, esa es otra, aquí se está dispuesto a pagar lo que los grandes escenarios no suelen pagar.

Por el contrario, la actitud de nuestros antepasados consiguió que el gran Caruso pidiera disculpas y repitiera su concierto dando todo lo mejor de sí mismo.

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